Acostumbrados al constante disparo de la artista, la cámara no resultaba una herramienta intimidante para sus amigos. El tercer ojo de Nan logró registrar con naturalidad los momentos más privados. Sus fotografías no resultan en una mirada intrusa, sino en una extraña familiaridad. Son fotografías que tienen un valor para quienes forman parte de ellas, son personales e inmediatas.
Las herramientas no son más que extensiones del cuerpo. Con el fin de facilitarnos la elaboración de tareas, cambiamos de una en otra en armonía natural. Las personas requieren diferentes herramientas que varían de acuerdo a sus necesidades: los matemáticos necesitan una calculadora, los artistas pinceles y los bomberos mangueras. Para Nan Goldin, tener una cámara cerca resulta en la satisfacción de su mayor necesidad.
“La gente que aparece en mis fotos dice que estar con mi cámara es como estar conmigo. Es como si mi mano fuera una cámara. En la medida de lo posible, no quiero que haya ningún mecanismo entre el momento de fotografiar y yo. La cámara es parte de mi vida cotidiana, como hablar, comer o tener sexo. Para mí, el instante de fotografiar, en vez de crear distancia, es un momento de claridad y de conexión emocional. Existe la idea popular de que el fotógrafo es por naturaleza un voyeur, el último invitado a la fiesta. Pero yo no soy una colada; esta es mi fiesta. Esta es mi familia, mi historia”.